TEXTOS
/ Museo Nacional de Bellas Artes
10.01.1996

Museo Nacional de Bellas Artes

El título de la primera exposición de Enrique Burone Risso (n. 1956), a fines de 1984, nos introduce en su personalísimo universo estético: "Jugando con seres y formas". Verdad es que las telas aludían al deporte, pero el verbo jugar cobraba entonces una dimensión - y seguirá cobrándola en toda su obra - trascendente. No es el único artista, por cierto, con capacidad de juego, pero en Burone Risso tal capacidad es - diríamos - escencial.

Ya Schiller consideraba el impulso lúdico como fundamento del impulso artístico, de lo que él llamaba la "apariencia estética", la cual la distingue de la realidad y la verdad, esto es, de la "apariencia lógica", en que ambas se confunden. Sesenta años más tarde, en 1855, Spencer afirmaba que el impulso del juego se explica como una energía biológica sobrante, que puede verterse en dos formas: una inferior, el deporte, y una superior, el arte.

Huizinga fue más lejos (Homo Ludens, 1940) al sostener que el juego es una función del ser vivo, no sólo del hombre, dotada de independencia con respecto a otras actividades. Trátase de algo libre, creador, incierto. En sus niveles superiores, el juego tiende a la transfiguración de la realidad y es por ello un fenómeno cultural. Puede entcones, aáde el pensador holandés, hablarse de culturas (o épocas de una cultura) colocadas bajo la égida del juego, y culturas en las cuales el elemento lúdico queda reducido, aunque no aniquilado. Para Huizinga, la importancia del juego ha sido fundamental en la Edad Media y lo es en los tiempos contemporáneos, pero se desvaneció casi por entero en el XIX, un siglo "serio".

Burone Risso procura la apariencia estética - opuesta a la apariencia lógica -, de la que hablaba Schiller, por medio de la transfiguración de la realidad mencionada por Huizinga. Pero si su juego tiene el humor, la diversión, implícitos en el significado del término (del latín iocus), ambos están al servicio de una visión severa, descarnada, que roza el patetismo. Como lo indicaba el título de la muestra de 1984, el juego de Burone Risso es con los seres y las formas, o sea, con aquellas formas que el juego de su arte brinda y otorga a los seres.

Y esas formas son las de los monigotes, resúmenes de individuos, personajes creados en el fulgurante laboratorio de su imaginario, y lo mismo vale para los elementos de la naturaleza y los objetos cotidianos. Sería inútil hacer una detallada descripción de las figuras de Burone Risso, pero sí vamos a señalar que las curvas y los volúmenes inclinados son dos ejes capitales de su obra, tal vez uno solo, porque lo curvo (ya de por sí inclinado) es siempre la línea dominante.


Sus telas adquieren el aspecto de lo inestable, lo inseguro, lo que está por venirse abajo, lo fallado, lo no terminado y también lo mal terminado, lo torpe, situaciones estas dos últimas que el artista traduce ex profeso en su figuración, esquemática y deliberadamente desprolija, así como en la elección y el uso de los colores.


A estas condiciones, debemos añadir la disparidad de tamaños existente entre los seres (minúsculos) y los objetos (enormes), contraste aumentado por el formato de las obras y por la sugerida vastedad de los espacios de cada escena; y el movimiento, la actividad, que reina en las estampas de Burone Risso, especialmente en los individuos, que muy rara vez dejan de correr o de caminar con prisa por los tinglados fantasmagóricos del artista.

El movimiento es insoslayable en su serie de los Deportes, en cuyas telas los personajes de desplazan con un ritmo acaso mas pictórico que físico, según se ve en "Hacia la guinda", "Cruce de raquetas", "La chlena" y "Bajo los palos", una de las obras más atrayentes de la exhibición. Pero el dinamismo fue adoptado desde entonces para elaborar las metáforas o alegorías que caracterizan a este valioso artista, y que quizá podamos sintetizar con aquella idea heideggeriana del "ser que juega el juego del mundo".

El juego del mundo, nos dice el artista, es cruel, subrepticio, amargo; subsistimos apurados, en ciudades monstruosas, uniformes, como una masa indiferenciada, automática, mecánica. Somos cosas, y nuestra condición gregaria no basta para ocultar la soledad y la incomunicación en que nos debatimos. Pero aún así llegamos a ejercer sentimientos y voluntades, amores y ternuras, asombros y candores, en medio de la banalidad, la arrogancia y el desparajo.

Dos jurados independientes y de primer nivel lo han distinguido con sendos primeros premios durante 1992: Uno, en el Concurso América '92, por el afiche que representó el evento; el otro en el Concurso CAYCFEPA, sintetizando la lucha contra la droga.



Jorge Glusberg.-

CAyC
12.07.1993

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