Diego, El artista
Obra homenaje a Maradona de Enrique Burone Risso
MediodÃa en San Fernando. Enrique se dirige su cocina. Deja en la mesita de madera el último mate de la mañana para empezar a preparar el almuerzo. Fue una buena mañana de planificación, de revisar bocetos y fechas para su serie de batimurales. La pandemia habÃa frenado de cuajo su producción, pero esa altura del año las primeras salidas le permitieron a Enrique retomar su trabajo.
Saca una olla de la alacena, la llena de agua, enciende el fuego y también la radio. Parece ser un dÃa como cualquier otro. Sin embargo, se oye algo distinto en la voz del locutor. Algo sobre “Maradonaâ€. Se percibe cierta congoja, respiraciones entre cortadas, silencios súbitos. “Tenemos que chequear la información al menos con cinco fuentes antes de dar semejante noticia†¿Qué noticia?, se pregunta Enrique. Casi como un reflejo de ansiedad chupa un nuevo mate, frÃo y lavado, y sube el volumen. Y ahà oye lo imposible: Murió Maradona.
Confundido, el artista decide encender la tele. Tal vez buscando refugio en la ficción de la información. No habÃa nada. No se decÃa nada. De canal en canal durante minutos hasta que aparece un móvil, unas ambulancias y un videograph en rojo que dice “Murió Maradonaâ€. La noticia era un hecho. Murió El Diego, y se llevan su cuerpo a San Fernando. “¿A San Fernando?†Casi como un efecto pareidólico del destino, Maradona estaba en un domicilio en Tigre, provincia de Buenos Aires, y la morgue de cabecera de la región estaba a sólo siete cuadras de la casa de Enrique.
Aún azorado, salió de su casa hacia el hospital. Recorrió las cuadras con su cuaderno y fue testigo de la aglomeración espontánea y divina de los vecinos con camisetas de Tigre en las inmediaciones de la morgue: Virreyes, la Avellaneda, la Estación de tren, el almacén, Avenida Perón, la parada del 60: imágenes que parecÃan sacadas de una obra de suya. Las primeras lágrimas salieron de sus ojos y la emoción de su pecho. El pueblo salÃa a la calle a despedir a su Dios, justo en su barrio natal.
Toda esa emoción se trasladó al taller. A su lugar de trabajo. Enrique pintó. Una obra, después dos y tres. No era casualidad, era serie. Comenzó la investigación pictórica del artista por la carrera del futbolista desde Villa Forito a la Selección, de Nápoles a la Boca. Pero también por la vida del ser humano, el mediático, el apasionado y el desmedido. Hasta fundirse en un mismo concepto: Diego, el artista. Reunidas ahora en una colección de más de veinte obras, un homenaje pintado con el corazón, con las manos y con los pies. La firma del artista, y la vida del Diez. Hacia la medianoche la olla hirviendo con el fondito de agua. La radio aún encendido. El vapor en la cocina y el mate lavado. Enrique apaga el fuego, la radio, la luz. Se acuesta y recuerda aquella vez que lo recibió en su programa, él le dedicó un cuadro y Diego se lo firmó.
Texto: Tito Dall’Occhio.